Música para safaris

 

Por Andrés Rodríguez


Paul Simon es uno de los pocos artistas que se ha recuperado de su propia leyenda. En Madrid su espectáculo afro-brasileño sufrió el cambio inesperado de local para disimular el mal resultado de la venta anticipada de entradas y el previsible fracaso de publico. Al final, con las taquillas abiertas a la caza de indecisos, Simon actúo ante 10.000 personas que testificaron su interés soportando con devoción el calor infernal de un local infecto. De nuevo, el sumiso aficionado pago los rigores de la contratación internacional con la cabeza baja. El publico español necesita urgentemente un local digno a la altura de los europeos y el respeto mínimo que merece como consumidor.
Afortunadamente, quizá para compensarlo, Simo ofreció un concierto memorable. La única referencia del publico madrileño era el concierto para nostálgicos que en 1981 ofreció junto a Art Garfunkel. Solo Barcelona tuvo el privilegio de escucharle en el Graceland Tour (1989). El contraste contribuyo decisivamente al triunfo de un concierto a medio camino entre la nostalgia forzosa (Simon ha vendido este espectáculo en Europa como un resumen de sus 25 años en la música) y su reconversión artística (Graceland y The Rhythm of the saints son discos con la suficiente materia prima para soportar el espectáculo por si mismos).
Simon es un ladrón de talentos. El mestizaje de su banda es buena prueba del hurto artístico. Sensacional fue la aportación del camerunés Vincent Nguini y el sudafricano Ray Phiri y por supuesto del estupendo Michael Brecker, invitado de lujo, amigo personal de Paul y responsable de amenizar con lujosos soplidos sintetizados los descanso de la estrella.
El repertorio, a la altura de las circunstancias, posiblemente decepciono a algún despistado a la caza de recuerdos. Simon reciclo sus grandes éxitos (Sounds of silence, The Boxer, America, Cecilia) con nuevos arreglos de inusitada elegancia y centro el concierto en la presentación de The rhythm of thr saints, un álbum que reduce su dificultad a medida que se escucha mas. Sin embargo, fueron los diamantes musicales de Graceland (You can call me Al, Diamonds on the soles of her shoes, Graceland, I know what I know, Late in the evening) los temas que brillaron más.
En su nuevo espectáculo Simon destierra su pasado folk y se reencuentra con el gospel, el jazz, el blues y el towship jive (música callejera sudafricana). El resultado es fresco, dulce y enérgico. El concierto, repleto fr matices exóticos, fue un impecable ejemplo de eclecticismo y sensibilidad musical. Catalogado como uno de los mejores exploradores musicales de este siglo, el pequeño cerebro de Simon & Garfunkel, demostró en vivo su habilidad para apropiarse de los ritmos y las melodías mas primitivas y readaptarlas en una asequible canción lista para ser consumida por los pasivos clientes del hilo musical. Simon es el principal compositor de música para safaris, viajes musicales en los que el espectador fotografía imágenes sonoras del tercer mundo, principal fuente de inspiración musical de la civilización.


18 de Julio de 1991
El Sol
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