Como En Los Viejos
Y Buenos Tiempos

 

por Luis Carlos Buraya


Fue casi exactamente lo que todos esperábamos. El concierto de Simon y Garfunkel en el estadio de Vallecas fue como una repetición, “en pequeño”, del gigantesco conicerto del 19 de septiembre de 1981 en el Central Park neoyorkino. Allí fueron 500.000 espectadores (el mayor concierto en directo de la historia), y aquí, hoy, 45.000, según el número de entradas vendidas (el mayor concierto celebrado hasta hoy en España).
Tras once años de separación, en agosto del año pasado Paul Simon y Art Garfunkel decidieron volver a formar el dúo, ese dúo que se ha calificado innumerables veces como el más grande de la historia de la música popular. “Nos va mejor juntos”, dijeron, y volvieron a la carretera. Una gran gira americana sirvió para comenzar de nuevo, para abrir esta nueva etapa en la vida de Paul y Art, y unos pocos conciertos europeos, tan sólo tres o cuatro, para el reencuentro con los “viejos” aficionados del viejo continente. Uno de esos conciertos ha sido éste, del que ayer dábamos un pequeño avance de urgencia y que hoy vamos a recordar con todo detalle.
Desde los lejanos tiempos en que Paul y Art se llamaban Tom y Jerry y hacían “folk” prácticamente puro hasta hoy han ocurrido muchas cosas. La música ha cambiado, ellos han cambiado, su tinglado se ha convertido en un gigantesco montaje de luz y sonido..., pero su música es la misma. Aquellos viejos “Sonidos del silencio” que empezaron siendo acústicos para convertirse más tarde en una pieza fundamental del “folk-rock”, han vuelto a sonar con una simple guitarra como fondo... Ese concierto neoyorkino que se repitió íntegro la noche del martes en Madrid fue la causa de la nueva unión de Paul y Art. Era en principio un concierto benéfico, e iba a ser Paul Simon la estrella principal, mientras Garfunkel se le uniría solamente en un par de temas. Pero cuando se pusieron a ensayar ese par de temas dijo Art: “Vamos a hacerlo todo completo.” Y así Simon & Garfunkel volvían a ser una realidad, y de esta manera pudimos verles ahora, once años después de que todos les diéramos por “muertos”. Pero veamos cómo fue el concierto.

Hubo en los días anteriores cierta confusión con las entradas. Cuarenta y cinco mil tiques a la venta, que salieron a las taquillas no todos a la vez, sino por etapas. Mucha gente iba por su entrada y le decían que ya no había, pero al día siguiente aparecían más. Eso hizo que numerosos aficionados creyeran que los “tickets” se habían agotado, cuando no fue así hasta anteayer mismo. Pero sí: las 45000 entradas se vendieron y el estadio del Rayo Vallecano, césped incluido, se abarrotó, pese al precio de 1500 pesetas. Muchos famosos, incluso algunos políticos y, por supuesto, muchos músicos allí.
Desde tres horas antes de comenzar el concierto las gradas y la hierba del campo futbolero fueron llenándose, cada vez más aprisa, de aficionados de todo tipo. En este concierto el público era radicalmente distinto del de la mayoría de los conciertos de “rock”; público universitario en su mayoría, y de edad superior a los veinticinco años, también en mayoría. Poco chaval joven (las 1500 se notaron ahí particularmente) y sí mucha gente que conocía perfectamente la historia de Paul y Art, gente que vivió en su propia carne esa larga y preciosa historia.
Ambiente, pues, tranquilo y de fiesta, gente expectante y tiempo que amenazaba lluvia; lluvia que haría su aparición en un par de ocasiones, pero que, como veremos, se “compadecía” de nosotros y nos dejaría terminar de ver el concierto, para desatarse por completo media hora después, descargando sobre Madrid una impresionante tormenta, que de haberse producido dos horas antes hubiera organizado un auténtico caos.

El montaje escénico del actual tinglado de Simon & Garfunkel es espectacular, y pienso que en este momento sólo lo supera el de los Rolling Stone. Paul y Art llevan un gigantesco escenario cubierto (el mismo que se utilizó en Nueva York), aunque aquí no se instaló completo, ya que para poder cubrirlo hubo que renunciar a una enorme torre luminosa que lo coronaba en el Central Park. Unos cincuenta mil vatios de sonido y unos ciento cincuenta mil de luces, distribuidas en cinco grandes paneles móviles, además de diez grandes cañones, seis sobre la torre de la mesa de control, situada en el centro del césped, y cuatro más a los lados del escenario.
Sobre el escenario, además de Paul y Art, diez músicos, también los mismos del Central Park: Steve Gadd y Grady Tate, en los tambores y percusión; David Brown y Peter Carr, en las guitarras; Anthony Jackson, en el bajo; Richard Tee y Rob Mousey, con los teclados; John Gatchell y John Eckert, con las trompetas, y Dave Tofani y Gerri Niewood, a los saxos. Y, por supuesto, la vieja y legendaria guitarra negra de Paul Simon.
A las diez menos cuarto todos estaban ya preparados para el concierto. Y de pronto se pone a llover. Sólo unas gotas, pero suficientes para que se arme una auténtica carrera maratoniana hacia los laterales cubiertos. Pasa la lluvia y todos vuelven a sus sitios. Y de pronto algo estalla, se apagan las luces y un miembro de la organización nos informa de que se ha producido un cortocircuito en una de las mangueras de alta tensión y que en cinco minutos estará reparado. El estadio está ya a tope y la gente se lo toma con calma. Sigue el ambiente de fiesta. Y por fin sobre las diez y diez, “se abre la sesión”.

Es Art Garfunkel el primero en salir. Su simple saludo con la mano levantada provoca que las 45000 personas sentadas se despeguen del suelo, todos en pie, y hayan saltos y alaridos. Luego aparece Paul, y sobre el enorme escenario, por un momento, están los viejos Tom y Jerry, el desgarbado chico rubio alto con aspecto tímido, y el bajito, muy bajito, morenillo, cuya guitarra abulta más que él. Paul y Art han vuelto y lo estamos viendo, así, con toda la sencillez del mundo, sin la menor alharaca. Son la antítesis de unas “superstars” de la música, no aparecen en escena en medio de un apoteósico juego de luces ni rodeados de humos y bombas de magnesio. Simplemente saludan, salen y se ponen a cantar. Y esto fue lo que cantaron.

Lo primero que suena es “Mrs. Robinson” (muy lógico), y la gente sigue de pie. Comprobamos que el sonido es perfecto sin más y que el espectáculo de luces es una obra maestra. Todo está impecable, intachable, como era de esperar. Tras los primeros entusiasmos robinsonianos llega “Homeward Bound”, y la gente empieza a tomárselo con más calma. Al sonar inmediatamente después los acordes de “America” tenemos ya la certeza de que lo que van a hacer es repetir, de principio a fin, el concierto americano, en el mismo orden y sin improvisaciones, y eso será lo que ocurrirá, con leves variaciones.
Se caldea de nuevo los ánimos al sonar “Me and Julio down by the schoolyard” (el sonido, que empezó ligeramente agudo, es ya totalmente perfecto a estas alturas) y la gente se rompe las manos palmeando. Vuelve la calma con “Scarborough Fair” y salen a relucir las cerillas. Miles y miles de llamitas se reproducen y brillan en el césped y graderío, y hasta los vecinos de las casas inmediatas al estadio, todas con los balcones abarrotados, encienden desde sus respectivos lares su mechero desechable o su cerillita. El ambiente es ya total.
Y de pronto un cambio. Suena “My little town”, no incluida en el concierto americano, y pensamos que habrá mas variaciones, que veremos a Paul y Art hacer cosas que no hicieron en el Central Park, que se romperá el orden preestablecido. Pero no. Tras el entusiasmo palmeante de “My little town” volvemos a la relación prevista con la versión, la brillante versión, que se han montado de “Wake up, little Susie”. La clientela se calienta a tope y entramos en una etapa más tranquila del concierto, una especie de relax antes de llegar a los temas cumbre.
Paul en solitario, con su vieja guitarra negra, hace “Still crazy after all these years”, y luego será Art quien canta solo “Bright eyes”. Es su propio autohomenaje, su recuerdo a los once años que pasaron deambulando solos por los caminos de la música y echándose de menos mutuamente. Después vuelve la euforia con “Late in the evening”, y la gente sigue aporreándose las manos unas contra otra como si fuera lo último que tuvieran que hacer en sus vidas.

Sigue la historia con “Slip slidin’away”, y seguimos en el orden establecido de canciones cuando de pronto hay otro cambio: suena “El cóndor pasa”, incluida en el “show” para España, quizá porque fue en España donde, en su momento, este tema caló más hondo. Luego, “Fifty ways to leave your lover”, y vuelve la lluvia de llamitas al estadio de Vallecas y ventanas de edificios aledaños. Y en ese momento caen unas gotas de lluvia. Pocas, pero suficientes para que nos temamos lo peor. Pero, afortunadamente, paró.
Garfunkel, en macarrónico castellano, nos sorprende diciendo: “La lluvia cantó su canción, y ahora nosotros cantaremos las nuestras.” Entusiásticos vítores a la luminosa frase y entramos en la mejor parte del concierto.
“Kodachrome” consigue que la gente vuelva al entusiamo anterior y se olvide del peligro de diluvio, y la mezcla con el viejo rock de Chuck Berry “Mabellene” hace crecer la euforia. De pronto suena un solitario piano. Un largo comienzo que hace suponer la llegada de “Bridge over troubled water”, como así sucede. Una de las mejores y más bonitas canciones de la historia llena el aire y todo el estadio la escucha en pie. Lo que la despide no es un aplauso, es un trueno. Y por fin, “The boxer”, la otra gran joya. Noventa mil brazos en alto se golpean en sus extremos, a pares, unos contra otros, y 45.000 gargantas corean a voz en cuello los “Lai la lai” de los coros “boxerianos”. Y tras ello, Paul y Art se despiden y se van. Por supuesto, nadie se lo cree y nadie se mueve mientras proliferan los alaridos pidiendo más. Y salen de nuevo Paul y Art, sin la banda, para los bises. Bises acústicos, sólo Garfunkel, Simon y su vieja guitarra negra. Así hacen “Old friends” y “The 59th street bridge song (Feelin groovy)”. Todos estamos esperando los sonidos del silencio y de pronto ahí están. Es la vieja versión acústica, es el “Sound of silence”, tal y como lo grabaron por primera vez en el “Wednesday Morning 3.A.M”. Y es, teóricamente, el final. Y Paul y Art vuelven a marcharse sin que nadie se mueva de su sitio. Más gritos y todo el mundo esperando “Cecilia” y “Bye bye love” para cerrar. Y eso creíamos que nos caería encima cuando Paul, Art y toda la banda volvieron al escenario por tercera vez. Pero no. Se limitaron a repetir, de una forma un tanto fría, el “Late in the evening” y “The boxer”, para marcharse definitivamente. Eso fue lo que menos nos gustó a algunos: esa extraña repetición de temas. ¿No tenían más canciones montadas para la gira? ¿Es necesario para el superdúo recurrir a la repetición para hacer unos bises que saben que se les exigirán? Y nos quedamos sin “Cecilia” y sin “Bye bye love”. Y Paul y Art se fueron definitivamente. Y el estadio empezó a vaciarse, mientras el cielo brillaba cada vez más con una ensalada de relámpagos impresionante. Y se organizó un descomunal atasco en la calle, y poco después cayó una segunda edición del diluvio universal, que de haberse adelantado tres cuarto de hora nos hubiera desilusionado enormemente.

Y esto fue todo. Pese al frío final todo el mundo, casi sin excepciones, salimos contentos. Sonrisas de oreja a oreja y ni siquiera nos acordábamos ya de los abusivos precios de los bares (100 pesetas una lata de cerveza, que ya es decir un precio). Buena organización, aunque innumerables dificultades para los fotógrafos, que no llevasen teleobjetivos. Y ahora, a esperar a los Stones. De cualquier forma, estamos de buen año. Y hemos podido ver lo que hasta ahora ha sido el mayor concierto dado en España.
Bien, bien.

 

27 de Mayo de 1982
YA

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