"¿Y Cuándo Dices
Que Vienen Los Rolling?"

 

por José Alejandro Vara


El cuadro resultaba bastante exótico. Las escuadras de Majadahonda y de Salamanca (barrio de) bajaban en tropel por el desfiladero de la Albufera a lomos de sus “fordfiestas” metalizados entre las miradas, atónitas y un punto irónicas, de los del paro vallecano, recostados por las esquinas de las paredes “graffittis” que reclaman un parque digno para la barriada. Las bocas de metro escupían a borbotones jóvenes matrimonios recién salidos del despacho que rebuscan afanosos las entradas mágicas. “No, te las di a ti, recuerda.” En la boca de Portazgo, Angela Molina, divinamente encanallada, y su compañero, se aferran a la baranda para evitar ser arrastrados por la corriente. Una hora antes de sonar el clarín, el húmedo césped del estadio parecía un gigantesco desfile de modelos de las “boutiques” serraneras, “Estamos todas”, comentaba una jovencita de espléndida melena rubia con la carpeta del COU en el sobaquillo. Merry M. Bordiú correteaba alegre, de espaldas al mogollón. Las primeras filas, a diez metros del escenario aparecían copadas por los muchachos de Torrejón, que imponían su ley de cuerpo tierra. El club de la Nikon deambulaba despistado en busca de un rincón apropiado para las instantánea. Los organizadores habían olvidado habilitar una zona para los reporteros gráficos –como suele ser habitual en este tipo de eventos- y los pobres tenían que hacerse un hueco, a golpe de codillo, entre la marabunta. De pronto, cuando la expectación rozaba el paroxismo, se produce un cortocircuito. Una humareda negra aparece por un esquinazo, y se apagan los focos. “Se fastidió”, es el comentario general. Un individuo barbado sale al estrado y pide cuatro minutos de paciencia. Pitos. Vuelta al asiento de papel prensa. Ya había asomado la lluvia y todo el mundo se temía lo peor. Por fin, algunos minutos después del horario previsto, aparecen ellos. Camiseta blanca y traje negro, según talla. Los del césped se ponen de pie, entre los gritos de protesta de los que se quedaron en los tiempos de Woodstook, que prefieren la plácida postura del yogui. Primeros gritos histéricos de las muchachitas, y primeros piropos a la tripilla de Garfunkel. “Macizo, tío bueno.” El, concede alguna tibia sonrisa. Con la feria de Scarborough, de nuevo todos al suelo, menos algún fotógrafo impertérrito que se gana la bronca de la noche. Y llega “Despierta pequeña Susie”, y otra vez, arriba. Aquello parece un entrenamiento de Santamaría. Las mocitas se agarran por el hombro y se bambolean, como en un anuncio de la chispa de la vida. Las perejas se estrujan con pasión y se miran como diciendo, “¿recuedas?” La lluvia deja oír su canción, Y Garfunkel se lo agradece, en voluntarioso castellano. Una muchachita de pelo color castaño y aire de Diane Keaton se asoma entre bastidores con dos vasos de plástico. Justo cuando la pareja se despide, lanzando besitos al respetable. “One more, one more”, “Let’s go, Cecilia”, reclaman con insistencia los “american boys”. Garfunkel regresa al escenario soplando humo por la nariz. Simon se atusa la pelambre. Se produce el juego de luces de Bic y cerillitas, Y aquello acaba. El muchacho alto de los bucles de oro pronuncia un mudo y castellano “adiós” con los labios, y se apagan las guirnaldas de la caseta de feria. El metro vuelve a abrir sus bocas para acoger a los peregrinos somnolientos. “¿Y cuándo dices que vienen los Rolling?”, le pregunta, bajando las escaleras, una jovencita con trapitos de Casandra a su acompañante.

 

27 de Mayo de 1982
ABC

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