No Despilfarraréis
Vuestros Recuerdos

 

por Tomás Cuesta


No despilfarreís vuestros recuerdos, es lo único que os queda. Sordos a la sabia recomendación de la conseja, los dos viejos amigos, los “compis” del colegio, decidieron hacer de tripas corazón, pelillos a la mar, allá problemas, darse la mano y andar, de nuevo juntos, la vereda. Regresaron, pues, felices, los pastores con el alcalde de Nueva York a un lado sembrando a troche y moche zonas verdes y, al otro, contando los millones, su gerente. Tras ellos, la morriña. Un tierno corderito balado inconsolable en lo más hondo del ser del Occidente higiénico. Y la gente. Hordas arracimadas en torno al rescoldo de lo que no fue, “junkies” del tiempo. El pasado marea porque está ahí –es inmutable y, por tanto, perfecto- y cada cual puede guisárselo como convenga. Cuatrocientas mil personas en Central Park, cuarenta mil anteayer en el estadio de Vallecasm aportaron su curda particular al “happening” colectivo de la Gran Borrachera.
La nostalgia, decíamos, puede más que la prudencia. Nunca debimos abrir el tabernáculo, ni sacar del sagrario el caliz de los sueños. No merecía la pena comprobar cómo Art Garfunkel –aquel hilo de voz dulcísimo que estremeció a mamá y provocaba en sus hijas, “jeunes filles en fleur”, idéntico temblor de pétalos- se ha convertido, ahora, en capataz de una galera. Ni contemplar a Paul Simon –siempre tan él, tan bueno, tan sensible, tan pastelm tan ingenuo- ocultando el hastío (las ganas de cobrar e irse con la música a otro puerto) tras su dizfraz de “hipster”, de adulto prematuro encadenado al duro banco de una angustia perpetua.

Nunca debímos ir y, sin embargo, nadie faltó al encuentro. Alborotados como pollos, felices como cerdos. Ellos cantaban –ellos, Art y Paul “in person”- y brotaban los aplausos como agua de las fuentes. Susurraban y, bajo el conjuro de su voz cacaja, un campo de fútbol se convertía, de pronto, en un convento. Le escupían en un ojo al bueno de Chuck Berry y seguíamos aplaudiendo. Al fin, ¿qué puede importar todo cuando lo único que importa es verlos? Verlos llegar, repanchingarse, entonces, frente al video del cerebro y darle a la tecla de retroceso. Alguna vez allí, en algún lugar de esa vasta oscuridad, fuimos felices o creímos serlo. ¿Por qué no dejarse arrastrar hacia el pasado cuando es tan dificil remar contra corriente?
La trampa está servida y sobran candidatos para meterse en ella. Con semejante cheque en blanco en los bolsillos tanto da que canten o berreen. Cumplen con estar, con levantarse del bracal que debería cederles de por vida algún Ayuntamiento y remojarse los ojos con colirio para que las palabras, “silenciosas como lágrimas de lluvia”, arraiguen de nuevo. Defraudan, pero no mienten. Ponen el cazo y los pasantes se lo llenan de dinero. Art y Paul, a cambio, les dan cuerda.
La naturaleza, por su parte, les mostró respeto. Esperó a que acabaran y, después, diez años de agua cayeron sobre ellos. Era una lluvia fuertem dylaniana; tan espesa, que en el aire hubieran podido nadar los peces.

 

27 de Mayo de 1982
ABC

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