El Mapa de la Tierra de la Gracia

 

Por Ricardo Silva


Paul Simon ha llegado, al fin, a la tierra de la gracia. A esa patria en donde uno es recibido con sus errores y sus aciertos Se la había ganado hacía mucho, mucho tiempo, en los tiempos del doo wop, el folk y los tambores, y a fuerza de componer algunas de las canciones más conmovedoras y relevantes de los últimos cuarenta años, pero hasta hace poco tiempo no sabía en dónde quedaba ni de qué forma encontrarla.

En su último álbum, You’re the One, Simon cumple con hacernos un mapa de ese lugar en el mundo y se conforma con invitarnos a la tranquilidad. No nos invade. En cambio propone, arrastra, envuelve. Deja once canciones a nuestro alcance y se hace a un lado. Sabe que es un hombre cualquiera. Que no tiene fanáticos sino amigos en la distancia. Que es calvo y sólo mide un poco más de un metro y medio. Acepta que no tiene la voz de Art Garfunkel, el carisma de John Lennon, el encanto de Paul McCartney y el lado oscuro de Bob Dylan, pero aspira a entrar, poco a poco, en la vida del inmenso auditorio de nuestro tiempo. Es un público hastiado y adiestrado y él lo sabe. Es un ejército sordo que no espera nada nuevo pero él está preparado para que su botella al mar sea recibida a destiempo.

Paul Simon no es modesto. Acepta los aplausos y los premios. Se siente orgulloso de haber afectado la vida de varias generaciones. No parece cómodo cuando le cuentan que es estudiado en las universidades y dice que no ha influido a ningún artista del mundo, pero reconoce la importancia de The Sound Of Silence, Homeward Bound, Mrs. Robinson, The Boxer y Bridge Over Troubled Water, sus canciones más populares, y está de acuerdo en que Simon and Garfunkel, el dúo que formó en los años sesenta con su mejor amigo de ese entonces, ya ha pasado a la historia de la música popular. Está de acuerdo con Phillip Glass, el compositor minimalista, cuando asegura que “Paul Simon es responsable de más obras de largo aliento que cualquiera de los escritores de su generación” y cuando afirma que Paul Simon, There goes rhymin’ Simon, Still Crazy After all these years, Hearts and Bones, Graceland y The Rhythm of the Saints, sus álbumes como solista, “se levantan como pilares de la invención musical y como una religión de culturas que ha elevado demasiado los estándares para aquellos que aspiran a los horizontes de la nueva música”. Sabe que ha vendido más de cien millones de discos en toda su carrera y que a su concierto en el Central Park, en 1991, asistieron 750.000 espectadores. Está convencido de que, con el paso del tiempo, The Capeman, el musical que escribió con Derek Walcott, y que protagonizaron Ruben Blades y Mark Anthony, será reconocido como una obra importante. Recuerda que Porgy and Bess, Don Giovani y Carmen fueron un fracaso en su tiempo y sabe que las botellas al mar no llegan, nunca, de inmediato.

No está interesado en el cinismo. Prefiere estar con Edie Brickell, su esposa, la compositora de los New Bohemians, y con los tres hijos que han tenido en los últimos nueve años. Prefiere sentarse a componer canciones que reúnan a todos los que se sienten en el mundo equivocado. Por eso, porque “se ha comprometido a usar su talento ilimitado para invitar a la gente a superar sus diferencias”, recibirá, el próximo 19 de febrero, el premio MusiCares, de la Academia Nacional de las Artes de Grabación, a la Persona del Año. “Su convicción de que el arte y la música sanan y trascienden los lugares comunes y los estereotipos lo convierten en la encarnación de la misión de MusiCares”. Eso dice el comunicado de prensa.

MusiCares es una empresa creada por la Academia, la misma que entrega los premios Grammy, para ayudar a los músicos necesitados. Paul Simon ha ganado, hasta la fecha, 16 premios Grammy, y aunque nadie lo sabe, porque a él no le interesa publicar nada de su vida, es el fundador del New York Children's Health Project, un instituto médico para los niños indigentes, participó, musicalmente, en la lucha para la liberación de Suráfrica y suele inventarse conciertos en la búsqueda de fondos para los enfermos de cáncer y de SIDA.

Los tres últimos años de su vida han sido una especie de montaña rusa que comenzó en marzo de 1998 con el final de The Capeman, continuó con una gira al lado de Bob Dylan y terminó el 3 de octubre del año anterior, con la grabación, la presentación en el mundo y el disco de oro para You’re the One, pero este año promete devolverle toda esa atención que, aunque jamás ha querido, no recibía desde los años de Graceland. El 21 de febrero, por ejemplo, asistirá a la ceremonia de los Grammy con la esperanza de recibir, por quinta vez en su carrera, el premio al mejor álbum del año. El 19 de marzo entrará, como solista, y junto a Michael Jackson, Steely Dan y Aerosmith, en el Hall de la fama del Rock.

You’re the One ha sido recibido, hasta por esos críticos que viven fascinados con Radiohead y Beck, como una pequeña obra maestra. Es un álbum sencillo que recoge, digiere y asimila sus experiencias con la música de Nueva York, Suráfrica, Camerún, Brasil, Irlanda, India, Marruecos, Cuba y Puerto Rico, y regresa, después de la experiencia junto a Derek Walcott, a esos versos cortos, simples y sugerentes que siempre han caracterizado su poesía. Eso le dijo a Paul Zollo en 1993: "entre más real y más fácil sea de entender, mejor, siempre y cuando no se sacrifique, para ello, la inteligencia, el análisis o el sentimiento".

De eso se trata You’re the One: de no apartarse del mundo, de ser honesto, de enseñar a oír, en los tiempos de Britney Spears y Backstreet Boys, los altibajos de la vida. Simon ya no es, a los 59 años, una competencia para Ricky Martin. Es, más bien, una figura paterna, un narrador que sobrevivió, como Sherezada, por medio de su voz, a las decepciones de la juventud y la madurez. Por eso sólo es posible oírlo como si fuera un problema personal. Porque nos recuerda a nuestro padre. Porque es la versión musical de nuestro padre. Está ahí, a un lado, dispuesto a darnos sonidos que jamás hemos oído, a acompañarnos cuando sospechamos que el mundo es el infierno y nos sentimos tentados a no amanecer. Está listo a jurarnos, por el Dios que queramos, que la vida es posible.

El disco, una suma de parábolas para encontrar nuestro lugar en el mundo, comienza con That’s where I belong. Es una continuación de Hearts and Bones y Graceland y no sólo describe la llegada de Simon, después de divorcios y traiciones, a una soledad privilegiada, sino que se convierte, de paso, en una declaración de principios: “en alguna parte, en un estallido de gloria, / el sonido se convierte en una canción: / me encamino a contar una historia, / ese es el lugar al que pertenezco”. Darling Lorraine, la siguiente historia, ha sido elegida, por el Times de Londres, como una de las mejores canciones del año pasado: sigue a Frank, novio, esposo, viudo y, sobre todo, personaje secundario de la vida de Lorraine, por sus recuerdos y sus equivocaciones.

Entonces viene Old. La guitarra de Buddy Holly es un pretexto para reírse, después de componer canciones tan solemenes como Oldfriends o Leaves that are green, del tema del terrible paso del tiempo: “la raza humana ha caminado la tierra durante dos millones de años / y estimamos que el Universo tiene trece o catorce billones: / cuando todos estos números tambaleen en tu imaginación, / considera que Dios estaba antes de la creación. / Dios es viejo / Nosotros no lo somos”. Ese es el final de la primera parte del disco: nacemos, oímos nuestras vocaciones y lo único que nos salva del paso del tiempo es la memoria del amor. Para eso vivimos. Para llegar al pasado.

You’re the One no sólo le da el título al disco, sino que, sobre la base de una ironía, la de torcer el mayor lugar común de los romances y convertirlo en una acusación, le da paso a una serie de historias de amor y de aprendizaje. “Si uno no escribe canciones para bailar”, le dijo Simon a Timothy White, “sus grabaciones deben ser historias interesantes: el nuevo álbum creció orgánicamente, gracias a diferentes estructuras, mientras intentaba mantener el pulso. Es un viaje lleno de experiencias increíbles, contado en medio de la calma y la relajación”.

Debajo de esa calma, de esa aparente felicidad, alcanza a oírse la angustia y la desesperación. The Teacher, la sobrecogedora descripción de una excursión por un bosque invernal, es una pesadilla, un lamento y una advertencia al mismo tiempo. Look at That recrea, sin problemas, y como si fuera fácil, la felicidad y la tristeza de ir y dejar ir al colegio. Señorita with a Necklace of Tears describe, para alguien que acaba de nacer, un mundo en el que los hijos nacen antes que los padres, se buscan antídotos contra el sufrimiento y se pierde mucho tiempo juzgando a los demás: “así ha sido siempre, así me gusta y así quiero que sea”. El panorama es muy triste, pero la actitud, como la música que Simon ha compuesto, es, como en La vida es bella, la de acercarse al optimismo y la esperanza en medio del campo de concentración. En Love, el final de la segunda parte, se acude al amor, como a las plantas, o al aire, para aliviar la fiebre y superar las lágrimas. No es fácil enamorarse. Lo más probable es el dolor. Pero claro: no somos importantes y, en vez de lamentarnos, deberíamos agradecer la oportunidad de sentir lo que sentimos.

¿Qué pasa cuando el “mal camina por el mundo y el amor se deshace como la arcilla”?: “el holocausto, los templos incendiados, las catedrales llorosas”. En Pigs, Sheep and Wolves, a la manera de At the Zoo, se presenta, también, un mundo desolador en el que una pequeñísima élite, los cerdos, diseñan un sistema que convierte a todos los demás en lobos y en ovejas, en víctimas y victimarios. Esa idea, al final, le da paso a una de las mejores canciones de su carrera. Se llama Hurricane Eye y, por medio de sus guitarras, y de sus versos casi surrealistas, consigue una metáfora tan poderosa como la del puente sobre aguas turbulentas, la del tiempo como un océano de lágrimas o la de la ciudad como un ejército dormido. La paz, en un mundo como éste, es el ojo de un huracán. Es lo que todos, desde nuestra esquina, tratamos de conseguir.

Hurricane Eye resume el sentido del disco. Comienza con la petición que da origen al álbum: “cuéntanos un cuento de cómo eran las cosas / invéntatela y escríbela como la historia”. Pronto, como un heredero de Hans Christian Andersen, Simon se dedica a reunir los elementos de los relatos tradicionales, y al final, cuando cede del todo a las peticiones, y se dedica a dar consejos, concluye, en Quiet, que lo único que le queda por decir es que la humanidad se gana en la soledad. Eso le ocurrió a Salvador Agrón, el personaje de The Capeman, cuando entró a la cárcel: descubrió que había sido un monstruo porque nunca había extrañado a las personas.

Es el final de la historia. La música se acaba, Paul Simon se queda atrás y uno está, de nuevo, solo frente a los problemas. La diferencia es, claro, que ahora sabemos que todo va a estar bien. Ahora tenemos un mapa hacia la tierra de la gracia.


15 de Febrero de 2001
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