'The capeman', el musical
'verídico' de Paul Simon
La obra es la apuesta más original en la cartelera de Londres

 

Por Vicente Molina Foix


Cada vez más volcada a la producción de grandes musicales, Eroadway no quiere, sin embargo, anquilosarse en la repetición costosa de una fórmula de músicas pegadizas, chorus lines vistosos y aparataje rutilante. En Broadway ya se han, visto los patines de Star light express, la caída de lámparas y las aguas subterráneas de El fantasma de la ópera ,el helicóptero de Miss Saigon, y ahora, en paralelo con la película, Titanic, el musical, ofrece en esta guerra de alta tecnología teatral una angulación del escenario de 45 grados para el clímax del hundimiento, del barco.Mientras el drama serio se refugia cada vez más en el off-Broadway (aunque con honores estelares: Kevin Kline acaba de terminar allí sus magníficas representaciones de un Ivanov de Chéjov), pero de vez en cuando encuentra cabida en el corazón mismo de las calles que rodean a Times Square: en estos momentos es posible ver un excelente montaje de Panorama desde el puente, de Miller, y el último Mamet, The old neighborhood, con la extraordinana Patti LuPone.

Equidistante 50 metros de los locales donde resuena la palabrade Miller y Mamet está el laberíntico Marquis, un teatro dentro deun hotel de lujo, que se llena todoslos días con lo que promete ser,dentro de un estilo poco aparatoso, intenso y hasta comprometido, la apuesta más original de la temporada, si es que no se malogra. Me refiero a The capeman (El hombre de la capa), anunciado a bombo y platillo como el primer musical del cantante y compositor Paul Simon, pero que también cuenta con anzuelos para otros gustos, el protagonismo de Rubén Blades y la emergente estrella de la música latina Marc Anthony, la dirección escénica del gran coreógrafó de vanguardia Mark Morris, que debuta en Broadway, y,como corona, de prestigio, el libro y las letras de las canciones escritos por el Nobel Derek Walcott.

He visto The capeman dos semanas antes de su estreno oficial, pero cuando lleva ya un mes de previews y pocos días después de que, subrayando el aura problemática que rodea al espectáculo, se hubiera hecho cargo de la codirección del montaje un viejo zorro de Broadway, Jerry Zaks, que tiene en su haber cuatro premios Tony. Lo primero que hay que decir respecto a The capeman es que sus dos elementos más prometedores, el tinglado escénico de Morris, la letra de Walcott, no existen, o no tienen al menos el carácter distintivo y renovador que, sin duda, se esperaba de estos dos talentos. Walcott parecía un escritor idóneo para el largamente meditado musical de Paul Simon sobre la figura épica y verdadera de Salvador Agrón, un delincuente juvenil puertorriqueño que vivió en Nueva York su trágico destino, sellado desde la infancia por las profecías de un santero. El poeta del Nobel es caribeño, escribe teatro regularmente y se confiesa aficionado de la música afrolatina, que es la que Simon recrea en su partitura. El libreto de The Capeman es, con todo, simplísimo, por no decir esquemático y carente de ideas, y el formidable oído de Walcott para la musicalidad del verso no aparece.

Más misteriosa es la mano de Mark Morris, su ocultación completa en lo que se ve en el escenario del Marquis. Fui al espectáculo con una amiga balletómana que sigue a Morris desde la fundación de su Dance Group, que le ha venerado en sus gloriosos años al frente de la danza del teatro de la Moneda de Bruselas, y que me arrastró el año pasado a ver su deslumbrante coreografía del Platée de Rameau, en Covent Garden. La amarga rabia de mi amiga está justificada por el hecho de que The capeman es el musical con menos baile que se ha visto nunca, sin que tampoco el movimiento escénico o la gestualidad de los intérpretes acrediten la marca de un artista del calibre de Morris. Esa sorprendente invisibilidad es, sin duda, la que ha hecho que los productores y Paul Simon recurran a la solución bicéfala Morris / Zaks.

La tenue carga política de The capeman (también presente en el otro gran musical serio de la temporada, Ragtime, estupendamente adaptado de la novela de Doctorow por el célebre comediógrafo Terrence McNally) ha suscitado ya polémica. Algunos neoyorquinos objetan la presentación heroica de Agrón, un hombre que se redimió en sus largos años de cárcel, pero antes había cometido dos crueles crímenes. Al margen de las intenciones magnificadoras de Simon y Walcott, que provocan los entusiasmos y el apoyo de la cada día más importante población hispana de Estados Unidos, The capeman sale adelante con mucha más gloria que pena, por los impresionantes decorados del británico Bob Crowley y, sobre todo, por su música. Jugando sutilmente con la salsa y otros ritmos latinos, pero también con el gospel o el rock, Simon ha compuesto un continuo de gran belleza y eficacia teatral, con algunas canciones especialmente memorables, aparecidas de momento en un "disco-concepto" cantado por el propio artista, a la espera, en junio, de la grabación oficial del espectáculo. En el día de mi función los hispanos coreaban y aplaudían no sólo a Blades y Anthony, sino a la para mí desconocida pero famosa -y excelente- cantante de Puerto Rico Ednita Nazario.


18 de Enero de 1998
El País
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