Articulo recordando a Nelson Mandela tras su fallecimiento

Recordando Días
de Milagro y Maravilla

Por Paul Simon

Después de que los perros detectores de bombas revisaran el estadio, después de que la banda pasara por delante de los manifestantes con sus pancartas, después de la prueba de sonido y del inicio de la gira Graceland de 1987 por Europa y Estados Unidos, cuando el público estaba en pie, bailando y cantando -en algún momento a mitad de uno de aquellos primeros y asombrosos conciertos- Hugh Masekela se acercó al micrófono y cantó las primeras líneas de su canción Bring Him Back Home. Por un momento, se hizo el silencio en la sala, pues todo el mundo comprendió el dolor y el sufrimiento de Sudáfrica y el anhelo de que regresase el hombre encarcelado en Robben Island, Nelson Mandela.

Bring back Nelson Mandela, (Traer de vuelta a Nelson Mandela,)
Bring him back home to Soweto. (Traerlo de vuelta a casa a Soweto.)
We want to see him walking down the streets (Queremos verlo caminando por las calles)
Of South Africa, tomorrow.  (De Sudáfrica, mañana.)

Entonces, cuando Hugh terminó la estrofa inicial, se llevó la trompeta a los labios y tocó un solo de una intensidad rítmica irresistible, y el público estalló en vítores y empezó a bailar de nuevo al son de la alegre música de la triste tierra de Sudáfrica.

Este mes, mientras lloramos a Mandela y celebramos su vida, vuelvo a recordar mis experiencias con Graceland, que me cambiaron la vida. La primera vez que escuché música sudafricana sentí un afecto casi místico y una extraña familiaridad. Después, la emoción visceral de colaborar con músicos sudafricanos sobre el escenario. Si a esta potente mezcla añadimos las nuevas amistades que hice con mis compañeros de banda, la experiencia se convierte en una de las más vitales de mi vida.

La mayoría de la troupe de Graceland, aunque no todos, eran fervientes partidarios del Congreso Nacional Africano, y muchos habían conocido personalmente a Mandela o tenían recuerdos significativos de él. Hugh, exiliado de su país natal desde principios de la década de 1960, recordaba haber crecido con la familia Mandela como amigos íntimos. La ex esposa de Hugh, Miriam Makeba, también exiliada sudafricana, era amiga de Mandela y de su segunda esposa, Winnie.

Bakithi Kumalo, nuestro bajista y responsable de ese mágico e imposible de tocar fraseo de bajo en You Can Call Me Al, recordaba que creció en una casa de Soweto, no lejos de donde vivían los Mandela. Se acordaba de estar frente a su casa, cantando canciones de libertad y, utilizando el nombre del clan de Mandela, corear: “¡Madiba, vuelve a casa!”.

Ray Phiri, nuestro extraordinario guitarrista, era amigo y seguidor del líder antiapartheid Steven Biko. Barney Rachabane, que tocaba el saxo y el pennywhistle, tenía que trasladar a su familia de su casa de Soweto a un hotel cercano todas las noches, mientras su hermano y sus primos defendían sus bienes de los saqueadores y los negros anti- CNA. En los largos viajes en autobús después de los conciertos, los apasionados debates políticos se alternaban con las charlas sobre música.

Pero también estaba Ladysmith Black Mambazo. Su fundador y líder, Joseph Shabalala, procedía del municipio de Ladysmith, en KwaZulu, gobernado por el Partido de la Libertad Inkhatha, dirigido por el jefe zulú Mangosuthu Buthelezi. Shabalala era un zulú orgulloso y principalmente apolítico, pero existía una larga historia de rivalidad tribal, que se remontaba a siglos atrás, entre los zulúes y los xhosa. La mayoría de los dirigentes del Congreso Nacional Africano, incluidos Oliver Tambo y Thabo Mbeki, eran xhosa, al igual que Mandela y Miriam, que no se hablaba con los miembros de Black Mambazo.

Pero la tensión entre bastidores nunca se reveló al mundo exterior. Hugh, tan buen diplomático como buen músico, protegió la imagen de los artistas de Graceland como una compañía unida y, a pesar de siglos de viejas heridas tribales, se aseguró de que estuviéramos unidos.

De hecho, la música del álbum Graceland representaba una cultura sudafricana negra unificada, aunque procediera de muchas herencias tribales diferentes. The Boy in the Bubble es un ejemplo de la música de acordeón de la cultura Sotho. I Know What I Know es de origen Shangaan. Homeless es música coral zulú, mientras que Diamonds on the Soles of Her Shoes, Gumboots y You Can Call Me Al eran canciones de township jive, ritmos urbanos que venían directamente de las calles de Soweto, donde personas de distintos orígenes étnicos convivían bajo la bota del gobierno racista sudafricano. Graceland reunía la alegría de la música compartida y el dolor del apartheid.

El 11 de febrero de 1990, Mandela salió por fin de la cárcel y, en 1992, la gira Graceland fue a Sudáfrica. Fue un acontecimiento muy emotivo para todos nosotros, pero sobre todo para Hugh y Miriam, que por fin eran libres para volver a casa. El CNA ofreció una recepción en nuestro honor, en la que Mandela fue el anfitrión y yo le presenté a Shabalala. Uno era xhosa y el otro zulú, pero los hombres se abrazaron, y Mandela nombró a Ladysmith Black Mambazo “embajadores culturales de Sudáfrica”. En 1993, acompañaron a Madiba cuando recibió el Premio Nobel de la Paz.

La naturaleza de Mandela era unir a la gente, no separarla por tribus o razas. En su discurso de investidura presidencial, dijo: “Paz para todos, negros, blancos, amarillos, rojos, pequeños, grandes. ¡Paz!”

Para el 25 aniversario del lanzamiento de Graceland, en 2012, nuestra antigua troupe se reunió. Por desgracia, sin Miriam, fallecida en 2008. Por casualidad, actuamos en Ámsterdam el 18 de julio, día del cumpleaños de Mandela. Cuando Hugh se acercó al micrófono para interpretar Bring Him Back Home, presentó la canción con estas palabras: “Los hermosos ancianos que negociaron el camino hacia nuestra libertad en Sudáfrica son ahora muy mayores, y algunos de ellos ya nos han dejado. Pero nos gustaría empezar pidiéndoos que aplaudáis con fuerza a esos ancianos y a Nelson Mandela, que hoy cumple 94 años”.

Esa noche, durante la cena, Hugh recordó historias del Mandela que conoció como amigo y figura inspiradora. Dijo que tras una charla telefónica con Mandela, cuando colgaron, se dirigió directamente al piano y escribió Bring Him Back Home. Otra noche, me contó Hugh, Mandela le llamó para decirle que estaba preocupado por la salud de Miriam, que no se estaba cuidando.

“Creo que deberías llamarla y hablar seriamente con ella sobre su comportamiento”, dijo Mandela.
Hugh, que ya no estaba casado con Miriam, dijo: “No, creo que sería más eficaz que la llamaras tú”.
“Oh, no”, respondió Mandela. “Le tengo miedo”.

En realidad, todos temíamos a Miriam, tanto si su ira se desataba por un desacuerdo político, un compás en el lugar equivocado o, en mi caso, una armonía en Under African Skies que no era de su agrado. Podía intimidar incluso al hombre que no había sido doblegado por pasar 27 años en una celda de la prisión de Robben Island.

En cierto sentido, lo más asombroso de Mandela es que no es una ficción. Vivió en nuestra época. Las cualidades que encarnó -dignidad, compasión, misericordia y perdón- nos remiten a una moralidad que hoy idealizamos y anhelamos en nuestros líderes.

Bring Him Back Home es tan relevante ahora como lo fue cuando se escribió a mediados de la década de los 80. Si antes era una reivindicación, hoy es un lamento desde el corazón de la humanidad por los valores que Mandela apreciaba. Quizá sea pesimista decir que no haremos realidad su visión en un futuro próximo. Los pesimistas suelen tener razón.

Sin embargo, Mandela era optimista, y su optimismo cambió la música y cambió el mundo. Tras asistir a un concierto del gran músico sudafricano Johnny Clegg, Mandela dijo: “Es la música y el baile lo que me hace estar en paz con el mundo y en paz conmigo mismo”.

Que descanse en paz.


14 de Diciembre de 2012
The New York Times

Tradución: The Sound of Simon

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