Aguas Profundas

por Rosa Montero

 

Físicamente, Paul Simon es un ser tan anodino que ni siquiera consigo recordar como iba vestido: probablemente llevaba unos vaqueros, quizás un jersey gris, o blanco, o negro, qué más da. Un color sin color del que emergió su cara pálida y borrosa. Bajo de estatura, y tan quieto de expresión como un ofidio. Hace mucho tiempo formó, con Garfunkel, el más célebre dúo de los años sesenta. Luego emprendió una discreta carrera en solitario hasta que, en 1986, obtuvo un formidable éxito con Graceland, un disco basado en la música surafricana. De modo que Paul Simon es nuevamente un gran triunfador. Pero no se le nota: es un hombre modoso, apagado y austero. Incluso llegó a nuestra cita con toda puntualidad, cosa absolutamente inusual en una superestrella de la música pop.

- Acaba de sacar usted The Rhythm Of The Saints, inspirado en los ritmos brasileños, y me pregunto si el enorme éxito de Graceland no le habrá restado libertad; si no se habrá sentido obligado a hacer otro disco de música étnica, por ejemplo.
- No, yo creo que mi elección ha sido completamente libre. Al principio no tenia ninguna idea de lo que iba a hacer después de Graceland. Lo ultimo que grabe para ese disco fue una pieza con los tambores de Senegal, de la tradición percusionista de África occidental, que es la mejor de todo el continente. Y esa música me intereso muchísimo. Aun así, no estaba pensando en hacer un disco con ello; además, por entonces estaba ocupado con el proyecto de un musical para Broadway. Pero en 1987 el compositor brasileño Milton nascimento me pidió que cantara una canción en uno de sus albumes. El disco se grabo en los Angeles y al final Milton me dijo: “Vente a escuchar a los percusionistas de Brasil”. Y eso hice, porque me interesaba mucho oír los tambores tradicionales que se tocan en las ceremonias de la macumba y el candomblé. La macumba y el candomblé son ritmos africanos-católicos que vienen del África occidental, y que llegaron a Brasil con el comercio de esclavos. Son los tambores y los ritmos que se usaban para invocar a los dioses y diosas del panteón de los yoruba. Pero como los dueños de los esclavos les prohibieron sus ritmos africanos, tuvieron que convertir sincreticamente sus dioses en los santos católicos. Y así, aparentemente estaban tocando marchas a, no sé, por ejemplo a Santa Bárbara, pero de manera encubierta aun estaban rindiendo culto a sus deidades africanas. Por eso el disco se llama así, The rhythm Of The Saints (El ritmo de los santos). De modo que esos ritmos, que han pasado a la tradición secular, eran exactamente los mismos que yo había oído en el África occidental y en los que estaba tan interesado. Y así nació el disco. Aunque al principio, cuando fui a Brasil en la primavera de 1988, sólo fui a grabar tambores, sin ninguna idea precisa; tan sólo buscaba tener una alternativa a los otros proyectos musicales en los que estaba trabajando, pro si sufría un bloqueo de escritor y me quedaba atrancado en alguno de ellos...

- ¿Sufre usted muchos bloqueos de escritor, entonces?
- Si, bueno...Si, en el sentido de que hay momentos en los que no te viene nada a la cabeza.

- ¿Y le angustia mucho?
- No, pero son frustrantes... Bueno, depende de cuánto duren. El bloqueo mas largo que he sufrido no habrá durado más allá de un mes. Pero un mes ya es lo suficientemente malo.

- ¿Ha temido alguna vez haberse secado para siempre, ha pensado en algún momento que ya no iba a poder escribir más?
- Siempre. Creo que todo escritor piensa lo mismo. Todo escritor se dice: ahora ya no tengo nada que contar, y quizá nunca vuelva a tener nada...

- ¿Sabría usted vivir sin escribir letras y sin componer música?
- Si, pero no tan feliz.

- Supongo entonces que esos bloqueos le asustan.
- Si, asustan, pero he descubierto que, cuando eso sucede, muchas veces lo que pasa es que si que tienes algo que decir, sólo que no quieres decirlo. Es decir, hay algo en tu cabeza, pero o bien es demasiado doloroso para ti el hablar de ello, o bien crees que nadie va a estar interesado en ello...

De primeras, Paul Simon lo tiene todo en contra. Su inexpresividad; no ríe, ni siquiera sonríe, no gesticula, Permanece mano sobre mano, contemplándote impávidamente con los alfileres negros de sus ojos. Resulta tan frío como un calamar, un peso inerte. De primeras, ya digo, lo tiene todo en contra. Pero entonces empieza a contestarte; se detiene a media respuesta, reflexiona; intenta una palabra, luego otra: duda, tantea dulcemente su camino, como una anémona de mar extendido ante si un tentáculo delicado y translúcido. Y entonces se produce el prodigio: hay algo en su cabeza que embelesa.

- Graceland no fue sólo un gran éxito; también fue un escandalo. Trabajó usted con músicos negros surafricanos, y sólo por ello le acusaron de romper el boicoteo y de imperialismo cultural. Visto desde hoy, el asunto resulta bastante ridículo; pero supongo que en su momento debió de ser duro...
- La verdad es que la mayoría de la gente estuvo siempre conmigo. Es decir, nunca me sentí enfrentado a una condena universal. Las acusaciones sólo las formularon unas pocas personas, y luego la prensa recogió el tema y así se magnificó la historia. Pero, de hecho, era un tema que probablemente merecía un debate, estuvo bien que se discutiera públicamente y que se hablara del imperialismo cultural. Yo no creo que la acusación tenga ninguna base; los músicos siempre han tocado con músicos de otros países , y las culturas siempre han sido influidas por otras culturas, y así es como debe ser, y, además, es un fenómeno que no se puede detener de ninguna manera. Creo que esa acusación del imperialismo cultural nunca se la oí a un músico, las críticas siempre vinieron de personas que se dedicaban a la política. Y ese tema, el tema de si los políticos deben determinar lo que los artistas tiene que ser abiertamente político, y yo creo que la respuesta es si, siempre que eso sea lo que el artista necesita expresar. Por ejemplo, si vives en una situación en la que la que el factor político es absolutamente fundamental en la vida cotidiana, entonces lo más probable es que necesites, como artista, hablar de ello: uno puede entender que Vaclav Havel, estando en la cárcel, escriba sobre su situación... Pero yo nunca me sentí confortable como escritor político; mis textos son siempre introspectivos.

Casi se le escucha reflexionar; tan profundo, tan visible es su esfuerzo por decir exactamente lo que piensa. No creo haber entrevistando a nadie nunca que me diera una sensación tal de veracidad; y no me refiero ya a la veracidad ante el periodista - he conocido entrevistados muy sinceros-, sino a algo íntimo, a algo muy suyo. Se diría que ésa es su actitud ante la vida: no parar de hurgar en la carne blanda, dudar siempre, seguirse preguntando. Lo miro ahora, feote y serio, con su flequillo de hugonote y esa expresión fija y perpleja de indagador perpetuo, y se me ocurre que su frialdad no es exactamente frialdad, sino otra cosa: una dificultad especial para comunicarse. Quizá Paul Simon sea uno de esos seres a los que les cuesta más vivir que al común de los mortales.

- Algunas veces he intentado escribir canciones directamente políticas, y siempre las he encontrado llenas de tópicos y de lugares comunes. Me refiero a mis canciones, porque he oído las de otras personas y hay algunas muy buenas. A mí no me salen. De todas formas, la gira mundial que hicimos con Graceland fue una gira muy política: actuaban Makeba y Masakela, los músicos surafricanos en el exilio, y al final de cada espectáculo se cantaba el himno de África...

- Pero tengo entendido que la idea de la gira fue de Masakela.
- Así es. Y nunca hubiera podido hacer una gira semejante sin Masakela y Makeba. Masakela me dijo al principio “Vas a encontrarte con algunos problemas con esta gira, pero no dejes que eso te amilane; saldremos bien de ello...” Y al final me dio un abrazo y me dijo: “Has hecho un trabajo bueno de verdad, no te quise decir al principio lo mal que se iban a poner las cosas porque temía que te echaras para atrás...Pero has aguantado, has terminado la gira y hemos conseguido cosas importantes”. Y, desde luego, conseguimos un montón de cosas. Por ejemplo, el AAM (Movimiento Antiapartheid) modificó su política sobre el boicoteo cultural y declaró que no se pretendía boicotear la cultura negra. Cosa que, cuando empezamos con esto, si se hacía, porque a los músicos negros se les negaba el visado, de manera que, siendo los oprimidos, se les trataba como a los opresores. Y esto cambió gracias a Graceland. Si, se hicieron un montón de cosas buenas...

- De lo cual parece sentirse usted orgulloso.
- Bueno... Eeeeh... Si, me siento orgulloso, pero no... es decir, no fue mi intención, de modo que no creo que deba reconocérseme ningún merito en ello. Porque todo lo que se consiguió fue gracias al enorme éxito popular de Graceland; pero yo hice Graceland para probar la conveniencia de los cruces culturales ni nada semejante; hice el disco pura y simplemente porque me encantaba cómo sonaba la música surafricana. Y, del mismo modo, con The Rhythm Of The Saints no pretendo exponer lo que la diáspora africana, aunque éste sea ¡, desde luego, un tema muy interesante, sino que el disco lo he grabado porque me gusta cómo suena esa música. Y así seguiré en el futuro; no sé cual será mi próximo trabajo. Pero desde luego será algo en lo que ponga el corazón.

- El que la gira de Graceland fuera tan política, más que ninguna otra en su vida, ¿no fue quizá un producto de las circunstancias? Es decir, el escándalo en torno al disco, ¿no le llevó más allá, políticamente hablando, de lo que usted hubiera ido por si mismo?
- Hummmm... Si, creo que es así. Todo aquello me llevó a un diálogo que de otro modo no hubiera tenido, y que me convirtió en un portavoz involuntario de los artistas que querían reivindicar su libertad creativa. Ese debate todavía no se ha resuelto en Estados Unidos; aún hoy se sigue discutiendo si el Fondo de Protección de las Artes (National Endowment for the Arts) debe financiar a los artistas si lo que hacen es considerado ofensivo u obsceno; y es el gobierno el que decide qué es obsceno y qué no. De modo que aquí tenemos nuevamente la misma discusión, en esta ocasión planteamientos de izquierdas. Pero se trata de la misma cuestión: ¿deben los políticos imponer su política a los artistas, o bien debemos dejar a la gente en paz y que la cultura produzca lo que deba producir? El debate aún no se ha cerrado.

- Y usted, ¿participa en esa discusión todavía? Es decir, ¿va a seguir manteniendo el grado de activismo político que alcanzó, de modo más o menos casual, con la gira de Graceland?
- Bueno, digamos que me resisto a entrar en la arena política, pero si me siento comprometido con los problemas sociales. Por ejemplo, en Nueva York hay un terrible problema de personas sin hogar; según las cifras mas recientes, en la ciudad hay algo así como 15.000 niños sin casa. De modo que hace tres años ayudé a fundar una organización que se llama Proyecto de Salud de los Niños de Nueva York, con unidades médicas móviles que van a los albergues de mendigos y tratan sanitariamente a esos niños a los que el sistema desatiende; en estos tres años se han hecho algo así como 20.000 visitas médicas. De modo que, por un lado, está eso, y también estamos intentando promover leyes de protección infantil a nivel nacional. Además, estoy interesado en que el dialogo racial no ya se amplíe, sino que en realidad se inicie, porque la verdad es que apenas si existe en nuestra sociedad. Y luego hay candidatos políticos cuyo programa me interesa, y a los que apoyo. A medida que me hago más viejo y más famoso, mi nombre es más útil para conseguir cosas, para apoyar buenas causas; y yo intento utilizar ese aspecto de la celebridad, que es una de las pocas facetas positivas que la fama tiene...Pero, aparte de esto, pienso que mi función es la de ser músico y escritor, e intento concentrarme en ello.

- Y, hablando del diálogo racial, y siendo judío como usted es, ¿qué opina de la situación palestina, de los constantes conflictos en los territorios ocupados?
- Ése es uno de los problemas más dolorosos de este final del siglo XX... (Pausa larguísima). Probablemente debería evitar esta pregunta... Probablemente debería evitar el tema, porque no soy un experto y no quisiera hablar de ello.

- No busco una opinión de experto. Sólo quiero saber cómo se siente usted ante ello, cómo lo vive.
Me mira agobiadísimo, frunce ligeramente el ceño, recapacita un poco. Después arranca a hablar de nuevo, muy despacio.
- Pues me siento muy preocupado. Creo que la cuestión palestina encierra una gran carga de justicia. Los palestinos han vivido en esas tierras durante generaciones y generaciones, y desde luego tienen derecho a considerarla suya. Pero, por otro lado, creo que los judíos también tienen derecho a tener una tierra; y hemos visto, además, que las consecuencias de carecer de un país propio han rozado el exterminio. De manera que es un tema muy difícil, y no sé cómo puede resolverse. Hay una animosidad terrible entre árabes y judíos, una ferocidad que me rompe el corazón. Hay voces moderadas en ambos lados, pero resultan ahogadas en el clamor general, como siempre que se disparan las emociones. Porque, cuando eso sucede, la posición mas difícil de tomar siempre es la del centro, la de la moderación apasionada.

- ¿Es usted creyente?
- No se puede decir que lo sea mucho, pero... Sabe, es algo que tiende a volver a medida que te vas haciendo viejo.

- Por miedo, supongo.
- Por el miedo y por la percepción de que hay algo precioso en la vida y en este planeta al que tanto maltratamos... Además, si eres judío, el mundo continuamente te recuerda que lo eres, de modo que antes o después te dices, bueno, vale, si todo el mundo me ve a así, es que debo de ser así. Porque terminas convirtiéndote en lo que lo demás te dicen que eres, a menos que tengas una fuerza interior enorme y estés dispuesto a vivir aislado de todas las comunidades y de todos, y no creo que ése sea mi caso...

En ningún momento de la entrevista ha habido en sus palabras ni en su tono la menor sombra de agresividad, ni siquiera ahora, cuando se duele ligeramente de mi pregunta. Desde luego, yo nunca le hubiera sacado el tema palestino a un entrevistado que no fuera judío: Simon tiene razón, su raza les persigue. Pero lo dice sin reproche, sólo con la melancolía de quien ha vivido y reflexionado mucho y, al final, tras larguísimas batallas, ha logrado, no sin costes, cierta reconciliación con la existencia. Transmite Paul Simon, en fin, algo muy humano; y a pesar de su aridez gestual, de su mirada de búho y de esa frialdad tan engañosa, consigue crear una rara intimidad y la emoción, tan inusual, de esas conversaciones que parecen más hondas, más auténticas. No sé si sus aguas interiores serán turbulentas, pero desde luego son profundas.

- Usted conocía a Garfunkel desde muy joven; supongo que romper un dúo así debe de ser tan malo o peor que romper un matrimonio …
- Oh, no. No es peor que romper un matrimonio, se lo puedo decir porque he atravesado por ambas cosas...

- Pero se separaron ustedes hace 20 años, tras Puente Sobre Aguas Turbulentas; y debe de ser fastidioso que, pasando tanto tiempo, le sigan, le sigamos preguntando todos por Garfunkel.
- No, porque lo importante, mi imagen profesional, se basa hoy más en Graceland, por ejemplo, que en lo que hice con Garfunkel. ¡Ha pasado ya tanto tiempo! Aún hoy me sigue gustando el sonido que teníamos; sonábamos bien cantando juntos. En cuanto a las canciones que compuse para el dúo, algunas me parecen muy ingenuas, muy pasadas de moda, y otras mantienen todavía cierto encanto... Y luego está, claro, toda el área de la amistad, porque Garfunkel y yo fuimos amigos desde que teníamos 10 años, y ahora somos... Bueno, no somos unos extraños, pero no nos tratamos mucho. Hemos crecido por caminos distintos, pero eso no es tan inusual. La mayoría de la gente no conserva, en su edad madura, los mismos amigos que tenía a los 10 años.

- Tiene usted razón, pero a esas personas no les preguntan siempre, casi obsesivamente, por su amiguito de la infancia.
- Si, pero a mí eso no me molesta. Claro que me tienen que preguntar sobre ello, porque eso es lo que la gente conoce de mí. Pero no creo que de verdad les importe un pito si Simon y Garfunkel cantan juntos o no. ¿A quién le puede importar algo así? Es simplemente una pregunta. Y la respuesta es: bueno, no, no vamos a cantar juntos nunca más. Y nadie dice: “Oh. Poe Dios, qué horror, estoy machacado, no puedo aguantarlo, estaba seguro de que usted me iba a decir si, que iban a reunirse...”. Nadie reacciona así. De modo que sólo es una pregunta. Por otra parte, lo que sucede es que, a cierto nivel, a la gente le gusta la idea de familias que se reúnen, de viejas disputas que se superan, ya sabe, todas esas cosas dulces y consoladoras. Pero la vida no es así. Las heridas dejan cicatrices, y esas cicatrices no se pueden borrar. Y eso es lo que nos pasó a nosotros.

- Hace 20 años, cuando estaba con Garfunkel, sus canciones eran consideradas más o menos light, poco profundas, dulces y melódicas. Las letras de sus canciones posteriores, sin embargo, me parecen bastantes angustiosas... ¿Refleja esto una angustia suya personal ante la vida, ante la muerte, ante el correr del tiempo?
- Mire, mis padres están los dos vivos; y mi hijo se encuentra sanísimo y muy bien. De modo que a mi alrededor todo permanece aún intacto. Pero soy consciente de que esto no va a durar para siempre, de que no va a durar mucho más. Y, por consiguiente, intento disfrutar de lo que hoy tengo; porque veo que mis padres se están haciendo viejos, veo que yo ya he entrado en la edad madura... Sí, la vida pasa muy deprisa. Y aunque llevo una vida muy interesante y muy excitante, y aunque amo la vida, me doy cuenta de que el tiempo se está acabando. Que el tiempo apremia. Algunas veces esta sensación resulta amedrentante; pero otras veces me digo: es tan interesante haber llegado a esta edad, es tan interesante pensar todas estas cosas que antes no había pensado... Creo que estos pensamientos son los típicos de mi edad; cada edad produce un tipo de reflexiones determinadas, y todos nos creemos que somos únicos y que se nos han ocurrido sólo a nosotros, pero lo cierto es que todo el mundo que alcanza esa edad piensa aproximadamente lo mismo. Y si tienes 10 años más, piensas ya de otro modo; si cumples 20 años más, cambias de nuevo... De modo que, si tienes la suerte de seguir vivo, y a medida que vas envejeciendo, vas adquiriendo nuevas maneras de contemplar el mundo. Y muchas veces pienso en todo esto y digo: ¡Qué riquísima es la existencia, qué fascinante...!

18 de Noviembre de 1990
El País Semanal

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