Sano Simon

por Hugo Cassavetti

 

Encuentro Con Paul Simon.
Desde sus lejanos principios con Art Garfunkel, ha dado la vuelta al mundo y ha probado y catado todo: flauta de los Andes, reggae, mbqanga sudafricano... Para su último álbum, Paul Simon ha decidido quedarse en casa, en Nueva York. Un puro regalo.

En pleno Manhatan, en la calle 52, la fachada blanca del estudio SIR no atrae en absoluto la atención. Tras la anodina puerta negra del edificio se oculta una colmena ruidosa a la que, desde hace años, las grandes estrellas del rock y de la canción vienen a ensayar: los Stones, Bowie, Clapton, Dylan, los horribles chicos maquillados de Kiss...y Paul Simon. El humilde ídolo de los 60, de la época de Mrs. Robinson, el infatigable globe-trotter del sonido y precursor de la world music, afina aquí su inminente gira mundial.

Al fondo del pasillo, una gigantesca sala acolchada está ocupada por un abigarrado grupo de personas. Sobre un escenario, instrumentos de todos los tamaños y formas se despliegan hasta que se pierde la vista. Se llaman en inglés y también en francés. El guitarrista camerunés Vincent Nguini se irrita con las directrices del guitarrista americano Mark Stewart. El veterano Steve Gadd intenta armonizar sus redobles de batería con los de dos percusionistas. El bajista ganés Bakhiti Kumalo sonríe desde su rincón. De repente, se ponen de acuerdo y comienzan. Un groove singular se teje, sube en poderío, un banjo hace el eco a las volutas de las guitarras africanas, un dulce ritmo tribal marca la cadencia. Entonces un hombrecillo que se mantenía discretamente aparte se une a los músicos. Apenas si nos habíamos fijado en él, con su gorra de béisbol y su tez paliducha. Se aproxima tímidamente al micrófono y se pone a declamar, con su inimitable timbre delicado que llena milagrosamente el espacio, un estribillo punzante: "Peaceful as a hurricane, peaceful as a hurricane...".

Apacible como un ciclón. Todo Paul Simon o, más bien, todo su arte está contenido aquí. Un bello oxímoron más para quien cuya carrera (o al menos el éxito colosal) comenzó con el oxímoron más famoso de la historia de la canción, en 1965: The sound of silence. Treinta y cinco años separan a los dos títulos, tan próximos por su fluidez como tan alejados por su factura. Folk apenas electrificado en el caso del primero, soft-rock tribal e híbrido en el caso del segundo. Entre los dos se ha desarrollado la más palpitante, la más incansable de las progresiones musicales y espirituales. Paul Simon ha cantado siempre la luz, iluminando a sus oyentes, a lo largo de los años, con sus grabaciones, tendiéndoles el espejo divertido y conmovedor de su tormentos de hombres sensibles e inteligentes. E invitándoles a seguirle en sus viajes iniciáticos a las fuentes de los sonidos del mundo entero que hacen vibrar desde siempre al Nueva York cosmopolita donde él nació. Pero si el cerebro y el alma de fuego de Simon no han dejado de avanzar durante toda su vida, él no reniega en absoluto de su pasado.

"Sound of silence me sigue. A todo el mundo le gusta tocar esta canción, escucharla. Durante la gira del año pasado con Dylan, él quería absolutamente que la cantáramos juntos. La escribí a los 21 años y sigue viva, al contrario que otras canciones de la época con Garfunkel, a las que encuentro inmaduras. Pero ésta resiste. Porque una parte del chico de antaño sigue estando en mí. Por más que se acumulen vivencias o experiencias, ciertas sensaciones quedan para siempre".

Atento, cortés, Paul Simon se expresa como canta, con el acento del intelectual que es, como un primo amable y generoso de Woody Allen. Inagotable en su oficio, avaro de confidencias sobre su vida pública o privada. Deliberadamente en retirada, apagado por naturaleza, él nunca habrá estado tan presente como ahora, en el momento en que saca su primer proyecto totalmente personal (You're the one) en diez años. Por supuesto, publicó, entre tanto, la notable pero incomprendida Capeman, ambiciosa comedia musical sobre el destino de un asesino puertorriqueño condenado a muerte, y después amnistiado, a finales de los años 50. Un espectáculo que zozobró enteramente tras algunas semanas de representación en Broadway. Pero PS se ha visto en otras, y a sus 59 años, ya nada le produce miedo. Tal es el privilegio de la edad para este gemelo límpido del incurablemente hermético Dylan ("Nos conocemos desde siempre, hablamos poco o incluso nada, y nos entendemos de maravilla").

Este papá sereno de tres niños pequeños (de su segunda esposa, la cantante Eddie Brickell) puede sonreír al verse, por procuración, en los carteles de los dos mayores éxitos cinematográficos en los Estados Unidos. En Space Cowboys, himno a las virtudes de la madurez, Clint Eastwood ha elegido como tema musical la gentilmente desengañada Still crazy after all these years, de Simon (escrita en plena crisis de una anticipada edad madura, a mediados de los años 70), versioneada por Willie Nelson y Brad Mehldau. Y en Almost famous, de Cameron Crowe, simpática crónica hollywoodiense sobre una edad de oro del rock y del periodismo, se escucha a una madre ultrajada fustigar, como símbolo último de la decadencia, al álbum Old friends/Bookends de Simon & Garfunkel. "Mirad esos ojos, dice ella a sus hijos señalando la mirada sombría del joven Simon en la portada, son los de un verdadero drogadicto". ¡Y pensar que el dúo pasaba por ser la pareja más centrada y convencional de los 60!

"Cuando empecé con Art , bajo el nombre de Tom & Jerry, mi ambicion era cantar como los Everly Brothers. La música se dirigía a los adolescentes, la noción de rock adulto no existía. Pero después de un primer éxito, el siguiente se hizo esperar. Mientras tanto, había ido a la facultad, había seguido estudios literarios. Entonces, por fuerza, el rock teen-ager comenzó a parecerme limitado. Esperaba algo más estimulante, y llegó Dylan. El era más adulto que la media. Sus preocupaciones, sus textos volaban más alto que todo lo que se escuchaba".

Hoy PS parece más serio, más reflexivo que nunca. Pero también más distendido. Serio sobre su obra, distendido sobre la vida en general, la suya en particular. Un artista visiblemente colmado que trabaja con una pasión y un entusiasmo intactos. Un obseso de los sonidos que no acabará jamás con sus minuciosas exploraciones, un eterno joven encantado de ser... por fin viejo. La canción Old, la más corta de su soberbio nuevo álbum, es una condensación del raro talento de este cantante y compositor sin igual. En apenas dos minutos Simon cuenta con una desconcertante sencillez tres historias al mismo tiempo. Si en su caso, como en el caso de otros, las palabras cantan, su música -como ninguna otra- habla. En sonidos y versos, Simon relata sus cuarenta y tantos años de carrera y un poco de la historia del universo. Mientras que un riff de Buddy Holly se metamorfosea lentamente en un aire de mbqanga sudafricano, el cantante desgrana las etapas de su vida. Para llegar a la conclusión que ser viejo no quiere decir nada.

"¿Quién ostenta la verdad? El tema del envejecimiento es eterno. A condición de resistir física y mentalmente, es la más enriquecedora de las huidas hacia delante. De la vejez se sabe siempre un poco más que la víspera. Es terrible esa manía de situar el envejecimiento únicamente en la perspectiva de la pérdida de las facultades. Todo el mundo querría que Mick Jagger se derrumbara. Como si debiera sufrir, a todo precio. Le conozco bien, debe ser el único que no esté trabajado por su edad. Siempre ha tenido más energía que todos nosotros. Podría suceder que nunca se parara, si se encontrase así de bien".

Simon nunca ha tenido esa preocupación. Nunca ha encarnado una forma cualquiera de juventud eterna. La idea del tiempo le regocija en el más alto grado. Como si fatalmente, eso no pudiese más que acercarle a su búsqueda perpetua: reconstituir pacientemente los sonidos de su primera infancia, los que le marcaron en lo más profundo. "Tengo precisamente en mi cabeza el instante en que la música transformó mi vida. Fue escuchando en la radio un viejo tema de blues, Oh Gee, por The Crows. Hasta entonces, yo escuchaba música, pero sin pasión. Súbitamente, ocurrió algo. Me enamoré de ciertos sonidos. Un amor absoluto, próximo a la obsesión. Desde entonces, creo que no hago sino intentar reproducirlos. Los del "doo-wop" y luego los de una canción de Presley, definitiva en mi opinión, Mistery Train. No he parado de rescribirla, a mi manera. En You're the one, está Look at that".

Los caminos de Elvis serían, por lo tanto, menos impenetrables que los del Señor. Look at that es una deliciosa canción infantil de una levedad casi insostenible, en un álbum mágico del que uno se pregunta si se trata de un disco de niños para adultos o al contrario. Pigs, Sheep & Wolves, tras sus estrofas con resonancias de fábula, es una alegato sin ambigüedad contra la pena de muerte. Pero no vayan a preguntarle a Simon para que dé explicaciones. Porque él es así: aunque no teme comprometerse, él le dirá que las letras de las canciones no le interesan, sólo los sonidos, melodías y ritmos cuentan para sus oídos. Deja libres a los demás de interpretar los textos como les parezca. Igualmente, una semana después de haber participado activamente en un concierto de apoyo a Al Gore, él se contenta con sugerir que nadie tiene la única verdad. "¿El país y la política no evolucionan como hubiéramos deseado? Es cierto. Pero cada vez que uno está decepcionado, habría que preguntarse si no estábamos equivocados desde el principio, si nuestra visión no era errónea. Evidentemente, si yo miro cómo evoluciona Nueva York, mi ciudad, donde tengo tantos recuerdos, desde Bleeker Street hasta Central Park, no me gusta lo que veo. Pero es propio de la naturaleza del hombre ser nostálgico, estar atado a lo que ya no existe".

Paul Simon sería pues una especie de sabio, un hombre honesto que desconfía de los excesos, de las ideas preconcebidas, de las certezas sin fundamento. Quizá porque, al principio de los años 60, mientras que la mayoría de sus contemporáneos probaban las mieles del éxito, él recorría las calles de Londres, donde se había refugiado con los pioneros del folk británico, Bert Jansch, Sandy Denny y Al Stewart, pasando las de Caín. O porque, 25 años más tarde, Graceland, uno de los álbumes clave de la música pop occidental, fue durante un tiempo condenado por muchas almas cándidas, como una cínica explotación de los ritmos sudafricanos, una vil colaboración con el régimen del apartheid. "¿Quién se acuerda de aquella rancia polémica? Quince años después, no queda más que la música. Lo peor es creer que el "Tercer mundo" sólo está poblado por "buenos salvajes", con una cultura pura e intacta. Pero lo que es fabuloso es que los mismos aires folklóricos y tradicionales constituyen nuestras raíces comunes a todos, a través del mundo entero. Por eso, los músicos llegan siempre para comunicar, para intercambiar. El lenguaje universal de la música...".

Se comprende mucho mejor por qué PS tiene más confianza en el sonido que en la imagen. Sobre todo, cuando se trata de la de los videoclips, ultracoreografías que son la delicia de sus chavales, entusiasmados, como todos los niños del mundo, por la cadena musical MTV o sus sucedáneos. Unos spots promocionales que han hecho facultativa, según él, la imaginación del oyente. "Se dice que el videoclip es una cultura de adolescentes, y eso es falso. Es una cultura adulta que explota a los adolescentes con fines comerciales. No es la primera vez que la industria recupera a la música. Ocurrió ya a finales de los 50, en que se imponían artistas prefabricados. Felizmente, ha habido siempre una reacción a este fenómeno: los Beatles o el punk. Hoy en día, no sé lo que va a ocurrir. El clip no desaparecerá jamás. Una nueva era va a abrirse, quizás. Simplemente, me digo a mí mismo que una Ella Fitzgerald o una Aretha Franklin ya no podrían abrirse camino. Sus voces ya no bastarían. No son top-models, el mercado no las querría. Presley era la excepción; él lo tenía todo: la voz, el físico, la imagen y la cultura musical".

"Las mejores investigaciones en cuanto al ritmo se encuentran en los discos de rap. Por supuesto, muchos son repetitivos y estereotipados, pero mucho menos que en el rock tradicional. Hay hallazgos sonoros excepcionales en los mejores álbumes de rap, que me llevan a creer que el trabajo de estos músicos se emparenta con el mío. ¿Cómo explicar que, cuando oigo sus sonidos, me entusiasmo, me lleno de felicidad? En cuanto al mensaje expresado, sólo puedo comprenderlo. Nos piden que veamos el mundo a través de su prisma. No es casualidad que el rap hable a tanta gente alrededor del globo: habla de la vida, como todas las buenas canciones. Sin embargo, tranquilícese, no me voy a hacer rapero". Eso sería, por otra parte, imposible. Por más que PS haya recorrido el mundo, abordado todos los géneros, él nunca ha hecho más que de Paul Simon. Es su fuerza, su singularidad. Esa capacidad para impregnarse de todo, sin hacer ningún atraco, sin salirse de su camino. Contentándose con seguir esa musiquilla que le llama imperceptiblemente desde lejos, muy lejos, desde su pasado. "Adoro hacer discos, concebirlos. Es un placer que no ha hecho más que crecer con el tiempo. Creo incluso que estoy enganchado a esto. ¡Me pone en tal estado de trance, de éxtasis incluso! Mi pero pesadilla sería no poder grabar más".



25 de Noviembre del 2000
Télérama (Francia)

Traducción:
José Luis Ortiz

 

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